La vida es un paseo, un paseo que empieza en algún lugar y termina en otro. Hay veces en las que se sabe cuál va a ser el recorrido del paseo, y otras ocasiones en las que el destino es desconocido. Sin embargo, nos vemos obligados a realizar dichos itinerarios y la mayoría de las veces solos y sin protección alguna a los embates de la vida.
Pese a todo, ese camino se ha de hacer. Muchas veces, especialmente cuando brilla el sol, lo haremos acompañados de mucha gente que nos prometerán fidelidad y amistad, pero cuando estalla la tormenta muchos se irán y solo aquellos que se queden serán dignos de ser llamados amigos. Serán ellos los que nos apoyen cuando los necesitemos y los que nos darán la mano sin exigirnos el brazo.
Además, el paseo estará lleno de belleza. Belleza que se huela, que se vea, se sienta, se oiga o se saboreé. Al fin y al cabo, como cuando empezamos nuestro viaje lo hacemos solos no importa terminarlo solos. Lo que importa es todo lo aprendido durante él, lo vivido, lo visto. Por eso el mundo esta lleno de belleza, para poder disfrutarla y llevártela cuando termine el viaje. Esa es la verdadera esencia de nuestro viaje, la percepción de la belleza en todo aquello que nos rodea.
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