No saben lo que me alegro de que haya ganado Belén Esteban. Si, hoy voy a
hacer un excepción en este blog, que por cierto tengo algo abandonado, para volver
la mirada a un tema de otro tipo de actualidad, la de la televisión y la mal
llamada “telebasura”.
Hoy, no sé exactamente a qué hora, pero hace relativamente poco, ha
terminado el Reallity-Show Gran Hermano VIP que se emitía en Telecinco durante
los últimos jueves. Mentiría si dijese que lo he seguido, pero también si
dijese que no le he visto. Las razones por las que no lo he seguido son varias
y no le interesan a nadie, pero la principal es que vivo en una habitación de
estudiante sin televisor. La razonas de por qué lo he visto son básicamente dos:
primera, cuando volvía a Bilbao todos los viernes veía junto a mi ama Sálvame
Deluxe y de algo siempre te enteras; y segunda, mi compañero de carrera,
decidió verlo por primera vez y terminó siendo la banda sonora de todas
nuestras “gaupasas” de proyectos de los
jueves. (Para los que no estéis familiarizados con la jerga, noches en
vela intentando sacar adelante la asignatura de Proyectos del grado de
arquitectura).
El caso es que, queriéndolo o no, GH VIP ha sido parte de mi vida este tiempo
y lo ha sido igual que las elecciones de Andalucía, el caso De Miguel, los
atentados en Túnez, la clasificación para la final de Athletic o el último
premio Nadal a la novela “Cabaret
Biarritz”. Y durante ese tiempo ha tenido su espacio en las conversaciones con
mi madre o mi colega, hemos hablado de lo que hemos visto, lo que nos ha
parecido presentir, lo que hemos creído oír. Hemos hablado de las personas y de
sus comportamientos, del porque es cada uno como es, del valor real de las
palabras, de cómo las cosas se pueden magnificar o no depende del momento y el
lugar, también como no, de como una cadena puede explotar a sus “estrellas” con
el fin de dar morbo, de como la finalidad de la convivencia ha dejado paso a la
del morbo promovida por los televidentes y en especiales por los seguidores de
las cloacas del Twitter anónimo. Hemos hablado de la traición de los compañeros
y de las amistades egoístas que no saben perdonar.
Mientras tanto, en la cadena del sensacionalismo político, la que saca
partido de la morbosidad política, la que se ríe de las cosas serias, la que
busca el cotilleo de la vida institucional, la que nos ha traído un nuevo
estilo de análisis político, dando oxígeno a personajes tan repugnantes cuyos
nombres y periódicos para los que trabajan preferimos no mentar, en esa cadena
en la que le mastican a uno los argumentos para luego decir: “Nuestros son los
datos, suyas las concusiones”, en esa, va y sale un para nada polémico
personaje de las letras a decirnos que “quien ve Sálvame en vez de Salvados
es porque quiere, la gente es deliberadamente analfabeta”, como si no fuese
mejor entretenerse con un espectáculo que exige un rendimiento intelectual bajo
a hacerlo con uno que no exige rendimiento intelectual alguno, pues este ya nos
viene masticado y envasado al vació, basta tan solo con calentar y listo. Podía,
de paso, haber dicho que tristemente la gente prefiere leer historias de
espadachines y corsarios a las obras de Saramago.
A uno, que pese a llevar poco más de dos décadas sobre el mundo, llega un
punto en el que tanta falsedad e hipocresía le cansa y le cabrea. Y no lo digo
por el autor de la frase, que mira al mundo desde su torreón de escritor a la
española, si no de los necios que dan aire a la susodicha. De aquellos, que por
saber acentuar siguiendo las reglas ortográficas se creen humanamente por
encima de quienes pululan por los programas de entretenimiento masivo. Los que
acusan de ignorancia y verdurlerismo sin haber pisado con intención culturizante
una biblioteca en su vida. Ante beatos de voces acarameladas y discursos vacuos
elijo a los participante de un reyerte literaria. Como estas ya no se dan,
prefiero quedarme con la verdulerísima y gritona Belén Esteban. Ella por lo
menos no pasea su ignorancia por el mundo con aires de seminarista catequizador
con la que pasean otros la suya.
Estoy cansado de las buenas fachadas y estructuras podridas, de Dorian
Greys contemporáneos, de viejas alcahuetas que alientan las buenas formas por
encima de las buenas obras. Como dice el tango, cualquiera es un ladrón,
cualquiera es un señor, pues nuestro análisis no vas más allá de la superficialidad
de las apariencias. Ya nadie recuerda los deseos del poeta que para vivir no
ansiaba nada más que la alegría de hacerlo en los pronombres. Quien quiso
volver al anonimato eterno del desnudo, donde tú eres tú y yo soy yo, porque
solo en pronombres se iguala realmente la humanidad. Donde no hay disfraces ni
artificios, donde las almas se muestran tal cual son. Donde la mentira y la
falsedad no ganen a la sinceridad, por burda, tosca, ignorante que esta sea.
Por esa razón entenderán ustedes, que me haya alegrado de que Belén ganase,
no solo por ella, que probablemente se lo merezca o probablemente no, si por
encima de todo, por esos necios que no solo hacen lo de la paloma que se caga
en el tablero de ajedrez y se pasea victoriosa, si no que todavía se creen
mejores que las ratas, solo por tener plumas, mejor apariencia y posibilidad de
volar. Al final, queridos míos, las ratas y las palomas se alimentan de la
misma mierda.